Juan Moreno Lobón
Director Ejecutivo del Centro Internacional para el Desarrollo Sostenible (CIDES) y miembro de Repensar Panamá.
Hasta en los centros de investigación científica más prestigiosos del mundo era impensable una pandemia con las consecuencias que ha producido el COVID-19. Más que cualquier otro evento epidemiológico, la pandemia ha tenido alcance global con fuertes impactos en cada continente, y los países han sufrido su devastación: ruptura de las cadenas de suministros, restricciones externas que afectan la dinámica económica global, afectación de los mercados de trabajo, debilitamiento de la seguridad social de los países, vulneración de la capacidad de las unidades familiares en todos los aspectos, contracción de la transportación terrestre y aérea, modificación de las formas de organización y de producción de los bienes y servicios, repercusión positiva de los principales indicadores que reportan sobre la salud del planeta, emergencia de las plataformas virtuales como herramienta fundamental de la enseñanza y sustitución de la aglomeración social por el aislamiento, entre otros aspectos.
Los efectos de este desastre, sin lugar a duda, están dejando al descubierto las múltiples vulnerabilidades de la forma de organización de la vida material, social y cultural que animó a la humanidad desde hace aproximadamente 200 años. De ahí que se ha hecho evidente la incompetencia del estilo de desarrollo para limitar la vulnerabilidad de los sectores sociales más marginados, al igual que de los sectores medios y de altos ingresos, que no eran plenamente conscientes de la magnitud de su propia vulnerabilidad.
Una nueva experiencia para un nuevo relato
La no certeza sobre las causas y consecuencias de eventos de origen natural o aquellos provocados por acciones antropogénicas, requieren crear capacidades sociales e institucionales que actúen de manera coordinada para atender circunstancias de emergencias. Esta crisis, en particular, además de cuestionar los paradigmas civilizatorios de la llamada “modernidad” –caracterizada por los usos desenfrenados de los recursos naturales en un planeta finito– propone nuevos desafíos éticos y políticos basados en la asociación y la solidaridad. Para trascender la crisis se requerirá de un nuevo relato que conduzca a nuevos pactos globales y nacionales con estrategias eficaces, estructuras científicas fundamentadas en una nueva racionalidad desde múltiples experiencias y saberes y una sociedad activa con liderazgo territorial.
¿Cuál es el mensaje para Panamá?
La mejor aproximación para construir el relato consiste en identificar los problemas que están en la médula de nuestra sociedad, comprenderlos en su complejidad y avanzar en un esfuerzo colectivo hacia su solución. Pero, obviamente, cuanto más comprendemos los principales problemas de nuestro país, más confirmamos que no pueden ser abordados aisladamente. Se trata de desafíos sistémicos, lo que indica que están profundamente vertebrados, y la solución de unos está absolutamente condicionada a la solución de otros. Por mencionar algunos casos, sólo se podrá resolver el problema estructural de los desequilibrios territoriales cuando se generen condiciones para un desarrollo sostenible en el resto del país, o sólo disminuirá la presión demográfica sobre la región interoceánica cuando haya cesado el proceso de colonización y extracción masiva de los recursos naturales del país. Los procesos incesantes de afectación de los ecosistemas disminuirán cuando hayamos asumido una cultura ecológica para la preservación y transformación sostenible de los recursos naturales. Habrá un sistema de seguridad social más sólido cuando exista un subsistema de formación profesional con capacidad para atender las demandas del mercado de trabajo y ofertar empleo productivo. La población tendrá una mejor salud cuando la educación sea la fuente de promoción de calidad de vida. Tendremos menos pobres cuando existan mayores oportunidades para la mayoría de la población. La violencia sólo decrecerá cuando la educación y la economía se constituyan en medios de realización para los jóvenes. Los gobiernos tendrán mejor desempeño cuando hayamos consensuado un nuevo pacto social desde un nuevo propósito de país. Todos estos problemas y desafíos deben ser concebidos como elementos que hacen parte de una crisis total.
Viejas y nuevas circunstancias para un nuevo pacto social
Diversos informes han demostrado que la desigualdad en Panamá está íntimamente relacionada con los grandes desequilibrios territoriales, con la ausencia de igualdad de oportunidades para los diversos agentes económicos que participan en el mercado, con la ausencia de políticas de Estado para garantizar seguridad y servicios básicos a la ciudadanía, con la corrupción generalizada, con la impunidad y carencia de justicia que ampara y fomenta esa corrupción, con la ineficacia de las políticas sociales, con la ausencia de capacidades sociales de las comunidades, con el origen étnico y social de los individuos, con los niveles de educación y formación y con el tipo de actividad económica que se ejerce en el mercado.
La pandemia nos ha afectado a todos (individuos, unidades familiares, cooperativas, asociaciones de producción y comercialización, empresas e industrias, gobierno, etc.), pero las consecuencias han sido más severas en aquellos que siempre han padecido los efectos de la exclusión del pacto social existente. Es evidente el aumento progresivo de los trabajadores informales, pérdida de empleo de miles de trabajadores y emprendedores de PYMES, y pérdida de empleos de trabajadores de las empresas privadas. Al respecto, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) estimó que, para finales de 2020, un total de 752 mil personas ingresarían a condiciones de pobreza y 365 mil en pobreza extrema.
Esas viejas y nuevas circunstancias deben encaminarnos hacia la edificación de un nuevo pacto social. Un nuevo pacto social tendría, entonces, que sentar la bases para corregir las carencias mencionadas y permitir a los panameños recuperar la esperanza de llegar a ser un país más incluyente, más igualitario, capaz de alcanzar una verdadera democracia y el anhelado desarrollo sostenible.
¿Cómo lograr ese nuevo pacto social? Sólo la gran mayoría sería capaz de alcanzar un propósito que, aunque parezca utópico, es posible. Recordemos que también parecía utópico que Panamá recuperara algún día, por la vía diplomática, el canal y su zona de manos de la potencia más grande del planeta, pero la unión que surgió desde el imaginario de Justo Arosemena, y a partir del 9 de enero de 1964, logró que los Estados Unidos comprendieran que no era viable mantener una presencia política y militar en el corazón de un país independiente. Para lograr la unión que requerimos habrá que substraerse de las diferencias que hasta hoy nos han impedido marchar unidos, especialmente las de carácter ideológico.